lunes, 23 de agosto de 2010

La vida en un crucero (capítulo 2. Florencia)

Florencia (Firenze para los italianos) es una ciudad singular y monumental. Se respira historia en cada rincón de la parte antigua de la ciudad. Palacios, iglesias, museos, la catedral Santa María del Fiore y un largo etcétera de lugares pintorescos.

[Vista panorámica de Florencia. Foto de: Jose F. Caro]

Sin embargo, a mitad de Agosto, el calor sofocante no es exclusivo del sur de España, y en Florencia el día que visitamos la ciudad hacía muchísimo calor.

Además de esto, el centro turístico de Florencia estaba literalmente tomado por turistas de nacionalidades diversas.

[¿Donde está Wally?. Foto de: Jose F. Caro]

Los forentinos huyen de la ciudad durante esas fechas, y los que quedan, deben de estar un poco hartos de que los turistas abarroten la ciudad y son implacables con sus vehículos (nuestra guía nos advirtió de la peligrosidad al cruzar las calzadas).

Todo ello convertía en una experiencia un tanto agobiante lo que debía de ser un agradable paseo por la ciudad.

A los pasajeros de los cuatro cruceros atracados en el puerto de Livorno que estábamos visitando la ciudad, se unían otros turistas procedentes de otras combinaciones y paquetes turísticos.

Los japoneses, como siempre, unos avanzados de las nuevas tecnologías. Iban con un pinganillo, supongo que atendiendo a las explicaciones del guía (de esa forma no es necesario amontonarse alrededor de él). Me gustó la idea.

[Japoneses, los mejores turistas del mundo. Foto de: Jose F. Caro]

El arma de los turistas japoneses son las cámaras fotográficas, y disparan a discreción. Algunos de ellos, cuando son fotografiados, ponen los dedos con el gesto de victoria. Dicen que se trata de un saludo, pero no sé si es que se retratan conquistando el lugar.

En la cola para acceder al interior de la catedral, también pude constatar la devoción de alguno de ellos por el Barça.

El famoso Ponte Vecchio repleto de joyerías, sufría el peso de los turistas que lo inundaban, y por la calle había multitud de mercadillos, puestos y tiendas donde adquirir recuerdos de la ciudad y otras partes de Italia. Me pareció excelente el sentido comercial de los italianos.

Los ingresos derivados del turismo no sé que porcentaje representan para la ciudad de Florencia, pero, a juzgar por lo que vi, deben de ser muy altos.

Al día siguiente, Luca, nuestro anfitrión en la visita a Roma, me decía que Florencia hay que visitarla en invierno. También me contaba que en Agosto y en Italia hay un sitio peor que Florencia. ¿Adivináis cual es?. Si, Venecia. No me quiero imaginar la densidad de turistas en estas fechas allí.

Para mí, la enseñanza del día fue que "Cualquier sitio con encanto puede ser contaminado por la presencia de una gran muchedumbre y por la condiciones climatológicas"

Seguro que al anochecer, cuando los turistas desaparecen, la ciudad se torna mas amigable y vuelve a ser esa ciudad con encanto, de agradables paseos a pie.

No te pierdas el próximo capítulo “El barco de crucero, una máquina de hacer dinero”.

jueves, 19 de agosto de 2010

La vida en un crucero. (Capítulo 1. Mónaco y los ricos)

Durante la semana pasada estuve disfrutando de unas anheladas vacaciones en un crucero por el Mediterráneo.

En los próximos días iré escribiendo una serie de posts sobre el viaje con los aspectos mas curiosos del mismo.

Empecemos por Mónaco, la ciudad de la ostentación y el lujo. Mónaco es el segundo estado mas pequeño del mundo. Su densidad de población debe de ser, sin embargo, una de las mas grandes. Es famosa por su familia real, su puerto deportivo, la fórmula 1 y el casino.

[Casino de Montecarlo reflejado. Foto de: Jose F. Caro]

La ciudad vieja de Mónaco, o la roca, como la llaman los monegascos, está hueca por dentro debido a las galerías y túneles de carreteras que se han excavado para aprovechar el lugar al milímetro. El resto del principado es también un autentico queso gruyere de túneles. Aquí no cabe ni un alfiler. Para paliar este déficit de espacio, Mónaco se expande ganando terrenos al mar.

Lo mas curioso de la visita, no lo encontré en la catedral, donde puedes hacerte una foto con la tumba de Rainiero o Grace Kelly, ni por las calles donde discurre el circuito de la formula 1, fue en el casino.

Aquí me encontré con una situación un tanto rocambolesca:

Atracados en el puerto de Mónaco y Villefranche, donde estaba nuestro crucero, había como 4 o 5 barcos de crucero. El nuestro, con 1.800 pasajeros a bordo, era el más pequeño de todos ellos.

Esta concentración de cruceros hizo que en la puerta del casino estuviéramos tropecientos turistas. También había una gran fila de coches de lujo con sus ricos dueños al volante, que les había apetecido ir al casino en ese preciso momento. El resultado... una cola de coches de lujo intentando aparcar en la puerta del casino (abarrotada de turistas y otros coches de lujo) y todos los turistas sacando fotos, no al casino, sino a todos los modelos de coches deportivos que intentaban llegar al lugar.

[Lujo llegando al Casino. Foto de: Jose F. Caro]

Y una pregunta... si tu fueras tremendamente rico ... ¿Irías al casino a jugarte la fortuna, guardando una tremenda cola en tu espectacular coche y siendo fotografiado por una orda de turistas ávidos de captar los tópicos de Mónaco?

Lo dejo a vuestra consideración, pero para mí, la enseñanza para ese día fue que “Hasta los más ricos y admirados, de vez en cuando cometen estupideces”.

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