jueves, 19 de agosto de 2010

La vida en un crucero. (Capítulo 1. Mónaco y los ricos)

Durante la semana pasada estuve disfrutando de unas anheladas vacaciones en un crucero por el Mediterráneo.

En los próximos días iré escribiendo una serie de posts sobre el viaje con los aspectos mas curiosos del mismo.

Empecemos por Mónaco, la ciudad de la ostentación y el lujo. Mónaco es el segundo estado mas pequeño del mundo. Su densidad de población debe de ser, sin embargo, una de las mas grandes. Es famosa por su familia real, su puerto deportivo, la fórmula 1 y el casino.

[Casino de Montecarlo reflejado. Foto de: Jose F. Caro]

La ciudad vieja de Mónaco, o la roca, como la llaman los monegascos, está hueca por dentro debido a las galerías y túneles de carreteras que se han excavado para aprovechar el lugar al milímetro. El resto del principado es también un autentico queso gruyere de túneles. Aquí no cabe ni un alfiler. Para paliar este déficit de espacio, Mónaco se expande ganando terrenos al mar.

Lo mas curioso de la visita, no lo encontré en la catedral, donde puedes hacerte una foto con la tumba de Rainiero o Grace Kelly, ni por las calles donde discurre el circuito de la formula 1, fue en el casino.

Aquí me encontré con una situación un tanto rocambolesca:

Atracados en el puerto de Mónaco y Villefranche, donde estaba nuestro crucero, había como 4 o 5 barcos de crucero. El nuestro, con 1.800 pasajeros a bordo, era el más pequeño de todos ellos.

Esta concentración de cruceros hizo que en la puerta del casino estuviéramos tropecientos turistas. También había una gran fila de coches de lujo con sus ricos dueños al volante, que les había apetecido ir al casino en ese preciso momento. El resultado... una cola de coches de lujo intentando aparcar en la puerta del casino (abarrotada de turistas y otros coches de lujo) y todos los turistas sacando fotos, no al casino, sino a todos los modelos de coches deportivos que intentaban llegar al lugar.

[Lujo llegando al Casino. Foto de: Jose F. Caro]

Y una pregunta... si tu fueras tremendamente rico ... ¿Irías al casino a jugarte la fortuna, guardando una tremenda cola en tu espectacular coche y siendo fotografiado por una orda de turistas ávidos de captar los tópicos de Mónaco?

Lo dejo a vuestra consideración, pero para mí, la enseñanza para ese día fue que “Hasta los más ricos y admirados, de vez en cuando cometen estupideces”.

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